

Por: Redacción Sinaí Olavarría
Ícaro fue hijo de Dédalo, el arquitecto que construyó el Laberinto de Creta, y de una esclava llamada Náucrate. Junto a su padre fue retenido en la isla por el rey Minos.
Decidido a escapar, Dédalo ideó lo imposible: unas alas hechas con plumas e hilo, unidas con cera, imitando la curvatura de los pájaros. Trabajó con paciencia y sabiduría, y su hijo lo ayudaba recogiendo plumas y ablandando la cera.
Al terminar, probó el invento en sí mismo: batió las alas y se elevó en el aire. Funcionaba. Equipó también a Ícaro y lo instruyó con una advertencia clave:
“No vueles demasiado bajo, porque el mar mojará tus alas. No vueles demasiado alto, porque el sol derretirá la cera. Mantente en el justo medio.”
Surcaron los cielos y pasaron islas y faros. Pero la juventud y el ego cegaron a Ícaro: subió más y más alto, deslumbrado por su propia audacia. El sol derritió la cera, las plumas comenzaron a caer, y aunque agitó sus brazos desesperadamente, terminó hundiéndose en el mar turbulento.
Dédalo, llorando amargamente, llamó Icaria a la isla cercana al lugar de la caída. Llegó sano y salvo a Sicilia, donde colgó sus alas en un templo dedicado a Apolo. La tragedia de su hijo se convirtió en mito eterno.
En el siglo XVI, Pieter Bruegel plasmó esta historia en su pintura La caída de Ícaro. Pero lo hizo con un detalle impactante: apenas se ven las piernas del joven hundiéndose en el agua.
El resto de la escena muestra campesinos trabajando, un pastor mirando al cielo, barcos navegando. Nadie se detiene. Nadie lo llora.
El mensaje es claro y humillante para el ego: el mundo no gira alrededor de tus delirios de grandeza. La vida sigue. La soberbia muere en soledad.
Ícaro cayó no por falta de alas, sino por desobedecer el límite justo. No escuchó la voz de la prudencia, no reconoció su vulnerabilidad.
Ese mismo error repite hoy gran parte del mercado inmobiliario argentino:
Colegios que se creen dioses del oficio.
Martilleros que ignoran la realidad social mientras se exhiben en congresos sin datos ni estadísticas.
Un sistema obsesionado con títulos y poder, pero desconectado de la vida real de compradores y vendedores.
El ego del sector vuela alto, pero la cera de sus alas se está derritiendo.
Frente a esa caída inevitable, el MLS Sinaí representa el opuesto:
Cooperación voluntaria en lugar de soberbia.
Reglas claras y trazabilidad en lugar de desorden.
Ética y confianza compartida en lugar de títulos vacíos.
Sinaí no es un vuelo solitario que termina en tragedia, sino un terreno sólido donde profesionales trabajan juntos, construyen confianza y generan prosperidad duradera.
El mito de Ícaro, transmitido desde Ovidio hasta Bruegel, no es solo un relato antiguo: es una advertencia que atraviesa los siglos.
👉 El ego que vuela sin límites termina hundido e ignorado.
👉 Lo que permanece es lo que se edifica con unidad, orden y humildad.
Hoy Olavarría enfrenta esa elección: repetir el vuelo arrogante de Ícaro o caminar hacia la tierra firme del MLS Sinaí, donde la soberbia no gobierna y la cooperación multiplica.