

Por: Observatorio Sinaí Olavarría
🎨 San Telmo, Isidoro y el cohete del Bitcoin
Cuando la sátira popular desnuda el alma de un sistema
En una esquina de San Telmo, un mural callejero golpea como un espejo incómodo. Allí aparece Isidoro Cañones, el personaje creado por Dante Quinterno en la saga de Patoruzú: el playboy argentino, heredero ocioso, vividor profesional, maestro en el arte de la fiesta y la especulación.
El artista lo pinta aferrado a un cohete de Bitcoin 🚀, celebrando como si el futuro fuese un casino donde basta con apostar bien para conquistar la gloria. A su alrededor, más figuras caricaturescas se ríen, abrazan dinero, festejan. Todo decorado con una reja amarilla que, en la vida real, separa a los peatones de esa fantasía: el pueblo mira desde abajo, mientras arriba el festín continúa.
Isidoro siempre representó al argentino especulador: no produce, no crea, no construye. Se sostiene de la herencia, de la viveza criolla, de la habilidad de moverse en fiestas y contactos. En el mural, no está conduciendo el cohete: simplemente se cuelga. Así funciona la lógica del oportunista: nunca levanta los cimientos, solo se sube cuando alguien más lo pone en marcha.
Bitcoin, en cambio, aparece como metáfora del nuevo paradigma: un sistema que promete descentralización y libertad, pero que también atrae a los Isidoros de siempre, que lo ven como el último atajo hacia el enriquecimiento rápido.
El mural expone una verdad incómoda: los que más gritan por el cambio suelen ser los que menos están dispuestos a construirlo.
La escena de San Telmo es la misma que vive el mercado inmobiliario de Olavarría:
Los Isidoros locales son aquellos que heredaron un sistema cerrado y lo defienden a muerte, no porque funcione, sino porque les garantiza su fiesta privada.
La reja amarilla es el Colegio y su burocracia: un cerrojo que impide que compradores y vendedores accedan a la información y a un mercado libre.
El cohete del Bitcoin simboliza la ilusión de que un cambio vendrá de afuera, mágico, como un salto repentino.
Pero la realidad es otra: el verdadero cambio no lo trae el azar ni la especulación. Lo trae la estructura organizada, la cooperación trazable, la ética compartida.
El MLS Sinaí Olavarría no es un Isidoro colgado de un cohete. Es la forja de hierro que disciplina el mercado.
No celebra en fiestas privadas, sino que ordena las reglas para todos.
No depende de herencias ni monopolios, sino de la producción colectiva de información.
No promete milagros instantáneos, sino progreso estable y multiplicador.
En este tablero, el Sinaí no busca ser simpático: busca poner orden donde reina el caos. El que quiera fiesta sin responsabilidad quedará del lado de los murales; el que entienda la enseñanza entrará en la historia de la transformación real.
El mural de San Telmo nos recuerda que la especulación siempre viste de colores alegres, pero su final es vacío. En Olavarría, la disyuntiva es clara:
O seguimos a los Isidoros que viven de la fiesta y de las rejas,
O construimos con el Sinaí un mercado que libere a la ciudad del oportunismo y la mezquindad.
El cohete puede llevarte un rato al cielo, pero solo la piedra bien puesta edifica una ciudad que trasciende.