

Por: Portal Sinaí Olavarría
25 años de Nueve reinas: el espejo que reveló nuestra fragilidad cultural
Se cumplen 25 años del estreno de Nueve reinas, aquella película de Fabián Bielinsky que no solo lanzó la carrera de Ricardo Darín y abrió el camino al llamado nuevo cine argentino, sino que también expuso, con brutal honestidad, el corazón de un problema cultural que todavía nos persigue: la facilidad con la que el engaño y la improvisación se instalan como regla de convivencia.
Nueve reinas no fue solo un thriller entretenido. Fue una radiografía anticipada de lo que vendría: el “corralito”, la estafa institucionalizada, el país atrapado en una telaraña de trampas donde la línea entre lo legal y lo ilegal se desdibujaba. La película supo captar la tensión de un Buenos Aires frenético, donde todos parecen negociar algo, siempre atentos a sacar ventaja.
Ese pulso social no era solo argentino: era un aviso. Mostraba que, en ausencia de un sistema sólido de justicia y reglas claras, los lazos sociales se descomponen. Y cuando una nación vive en ese desorden, queda a merced de quienes sí tienen sistema: los de afuera, los que juegan con instituciones fuertes y reglas transparentes.
La paradoja es evidente: mientras Nueve reinas nos volvía famosos y respetados en el exterior como cine de calidad, también mostraba nuestra herida cultural más profunda. Los países desarrollados no necesitan inventar el caos: basta con dejarnos a nosotros mismos seguir con nuestra anarquía moral y política para que el festín esté servido. Como decía Martín Fierro: “Los hermanos sean unidos… porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera.”
Ese verso no es metáfora poética, es diagnóstico histórico. En la cultura argentina, la astucia desordenada muchas veces se confunde con inteligencia. Pero cuando el desorden se transforma en normalidad, el costo es altísimo: perdemos capacidad de negociar de igual a igual con las naciones que sí tienen justicia y orden interno.
Muchos esperan que un líder nuevo resuelva el caos. Pero Nueve reinas nos recordó algo incómodo: el problema no es una persona, sino una cultura entera. La trama funciona porque nadie confía en nadie, porque la desconfianza está naturalizada. Cambiar a un presidente puede maquillar la superficie, pero no cura la raíz.
El mensaje más profundo de la película, leído a la distancia, es que seguimos atrapados en un juego de espejos donde siempre creemos que podemos engañar al otro. Pero esa lógica nos condena a ser devorados por los de afuera, que observan nuestro desorden con paciencia de depredadores.
La salida no vendrá de arriba. Vendrá cuando el pueblo decida, por convicción y por necesidad, unirse bajo reglas claras, cooperar en lugar de estafarse, construir confianza en lugar de sospecha. Ese día, el guion de nuestra historia podrá cambiar.
Porque si algo demostró Nueve reinas es que la estafa puede entretener en la pantalla, pero en la vida real solo genera ruina.