

Por: Observatorio Sinaí
El caos como negocio de la élite
En Olavarría —y en gran parte del país— convivimos con servicios deficientes, propiedades que no se venden, comercios que cierran y vecinos que no se hablan. Este desorden no es fruto de la casualidad: es un sistema invisible diseñado para que unos pocos concentren el poder.
Los políticos usan el caos para mantenernos dependientes de sus favores.
Los burócratas esconden datos porque la información es poder.
Los inescrupulosos (políticos, constructores aliados, punteros) se enriquecen mientras los ciudadanos compiten entre sí, aislados.
En otras palabras: sin sistema, ellos reinan.
Donde no hay sistema, siempre gana el que manipula el caos.
El desorden es funcional a quienes gobiernan con clientelismo.
La información compartida es poder distribuido.
Cuando los datos se vuelven públicos, la élite pierde su monopolio.
La confianza se construye con reglas claras, no con discursos.
La ética comunitaria vale más que cualquier promesa electoral.
La unión de vecinos supera cualquier aparato político.
Un comité organizado puede resolver más que un concejal ausente.
La economía local crece cuando circula entre ciudadanos.
Cada red de colaboración independiente debilita al sistema de privilegios.
Formar comités vecinales reales, no dependientes de partidos.
10 a 15 vecinos por cuadra o barrio, con reuniones periódicas.
Agenda propia: seguridad, servicios, datos de mercado, educación.
Crear una base de datos comunitaria.
Registrar públicamente precios de propiedades, comercios, reclamos y proyectos.
Transparentar la información que hoy esconden los políticos y colegios cerrados.
Establecer un código ético ciudadano.
Una página con reglas básicas: cumplir acuerdos, compartir información, priorizar el bien común.
Ese código se convierte en la “constitución del barrio”.
Ejercer auditoría social.
Publicar comparaciones entre lo que prometen los políticos y lo que cumplen.
Hacer visible cada ineficiencia con datos, fotos y testimonios.
Construir redes económicas locales.
Compras comunitarias, ferias, redes de oficios y servicios.
Así el dinero circula entre vecinos y no queda en manos de los mismos de siempre.
Multiplicar la comunicación directa.
Grupos de WhatsApp, radios barriales, diarios propios, portales comunitarios.
Romper la dependencia de los medios tradicionales que filtran información según intereses.
Lo más peligroso para la élite no es una protesta ni un voto: es que los ciudadanos se den cuenta de que pueden organizarse mejor sin ellos.
Si cada barrio arma su comité, la política queda desbordada.
Si compartimos datos reales, sus discursos pierden efecto.
Si cooperamos en la economía local, su sistema de dependencia colapsa.
Por eso nunca vas a escuchar a un político decir: “organícense entre ustedes, hagan un sistema transparente y cooperen”. Porque en ese instante se vuelven irrelevantes.
La ingeniería social no es un arma de manipulación, es una ciencia de organización.
Los políticos y la élite que se benefician del caos lo saben, y por eso hacen todo para que no lo aprendamos.
Pero los principios son simples y las acciones están al alcance de cualquier vecino:
Reunirse.
Compartir información.
Crear reglas claras.
Actuar en red.
Ese es el verdadero poder ciudadano: transformar el caos en sistema y devolverle a Olavarría el orden que hoy nos niegan.