

Por: Redacción Estratégica Sinaí ✍️
El filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han sostiene que el neoliberalismo transformó al individuo en su propio explotador: ya no hay patrones externos, sino un sujeto que se exprime a sí mismo, creyendo que es libre. Esa dinámica produce depresión, aislamiento y la soledad ruidosa de las redes sociales: mucha conexión aparente, poca comunidad real.
El gobierno de Javier Milei encarna esa lógica. Predica la idea de que cada ciudadano debe rascarse con sus propias uñas. La soledad, para esta visión, no es un mal, sino una consecuencia natural de la libertad. La ausencia de redes de protección se presenta como purificación: sobrevivirán los más aptos, y los demás deberán reinventarse.
Pero en la práctica, la exaltación del individuo desnudo deja una estela de apatía, fragmentación y sálvese quien pueda. La libertad se vuelve un desierto donde pocos prosperan y la mayoría se refugia en la resignación.
En el otro extremo, el kirchnerismo promete comunidad a través del Estado. Pero esa comunidad se revela como una ficción burocrática: subsidios, clientelismo, relatos de inclusión que en realidad perpetúan dependencia y desconfianza.
No hay comunidad verdadera, sino una masa administrada que vota cada tanto sin sentir que sus decisiones importen. Lo que debería ser tejido social se convierte en jaula de contención, donde la pertenencia está condicionada a lealtades partidarias.
Aunque se insulten mutuamente, libertarios y populistas coinciden en un punto: ambos modelos terminan fabricando ciudadanos solos y desconfiados.
En el caso libertario, por exceso de competencia y desarraigo.
En el caso populista, por exceso de paternalismo y simulacro de comunidad.
El resultado es el mismo: apatía política, abstención electoral, vecinos que no creen en nada y un país que sigue girando en círculos.
Argentina no necesita más soledades. Necesita estructuras de comunidad reales: asociaciones, redes de confianza, sistemas de datos transparentes, códigos de cooperación que devuelvan voz y poder a los ciudadanos.
El mensaje de Han es claro: la soledad puede ser fértil solo si se convierte en espacio de resistencia y construcción. Lo contrario es resignación.
Hoy, frente a los polos políticos, el verdadero desafío argentino no es elegir entre libertad absoluta o Estado paternal, sino crear comunidades voluntarias, transparentes y éticas que devuelvan sentido a la vida en común.
La crisis no es solo económica ni política: es antropológica. La pregunta es si seguiremos siendo ciudadanos solitarios, empujados por el mercado o contenidos por el clientelismo, o si seremos capaces de levantar nuevas columnas de confianza.
Ese es el debate que ni Milei ni el kirchnerismo se animan a dar. Y ahí está el espacio para un nuevo orden ciudadano: ni soledad neoliberal ni comunidad ficticia, sino comunidad real con libertad y códigos.