

Por: Redacción Estratégica | Sinaí Olavarría
Facundo Quiroga nació en La Rioja y fue conocido como el Tigre de los Llanos. No salió de universidades extranjeras ni de escuelas de élite: aprendió en el campo, en la guerra y en el contacto con su gente.
Tenía códigos claros: la palabra dada era ley.
Hacía justicia rápida, sin trámites interminables.
Protegía a su comunidad y castigaba la traición.
Esa forma de liderazgo lo convirtió en símbolo de resistencia frente al poder central que buscaba someter al interior del país.
Años después, Domingo Faustino Sarmiento escribió su famoso libro Facundo, civilización y barbarie. Allí pintó a Quiroga como la representación de la barbarie que había que eliminar para que el país se pareciera a Europa o Estados Unidos.
Sarmiento impulsó un modelo de educación que copiaba al extranjero: maestras de Estados Unidos, programas europeos, manuales importados. Con eso nació la escuela argentina moderna.
El problema es que ese modelo no buscaba formar líderes populares, sino mano de obra obediente, gente que supiera repetir, no crear. Y esa semilla es la que todavía hoy sentimos en carne propia: un país con títulos pero sin soberanía, con diplomas pero sin comunidad.
Si miramos alrededor, la historia se repite:
Educación: tenemos escuelas que enseñan contenidos que poco tienen que ver con nuestra vida real y nuestras necesidades locales.
Desorganización social: cada barrio vive desconectado, sin proyectos comunes.
Apatía y anestesia: muchos vecinos sienten que nada puede cambiar, que la política es solo para unos pocos.
Justicia desigual: rápida para unos, eterna o inexistente para otros.
Jóvenes perdidos: sin oportunidades, atrapados en la droga o el desempleo.
El pueblo olavarriense vive la misma tensión que hace dos siglos: la de un sistema que nos quiere obedientes frente a la necesidad de recuperar códigos propios.
Hablar de Quiroga no es mirar al pasado, es rescatar principios que siguen vigentes:
La palabra vale más que cualquier sello.
La justicia tiene que ser cercana y efectiva.
La unidad entre vecinos es más fuerte que cualquier elite.
El coraje popular puede más que la burocracia y la apatía.
El barrio Facundo Quiroga de Olavarría no es solo un nombre: es un recordatorio de que alguna vez existieron líderes que se pararon frente al poder central con dignidad y coraje.
Hoy, cuando nuestra ciudad parece atrapada en el miedo, la apatía y la desunión, recordar a Quiroga es un acto de rebeldía.
Porque el pueblo que olvida sus códigos queda condenado a obedecer al extranjero. Pero el pueblo que los recupera vuelve a ser dueño de su destino.