

Por: Diego Ibarlucia
Cuando alguien vende su casa en $50 millones pero declara $35 millones para pagar menos impuestos, no lo hace por maldad. Lo hace porque el sistema lo empuja. El comprador acepta, el escribano certifica, el martillero acompaña y el Estado recauda lo que puede.
Así se arma un círculo en el que todos sienten que “hacen lo correcto” dentro de un esquema injusto. El resultado: lo real nunca aparece en los registros.
Más grave aún que declarar por menos es que no sabemos cuántas propiedades se venden ni en qué valores reales.
Los colegios de escribanos no publican índices locales.
Los martilleros no generan estadísticas públicas.
Los organismos del Estado solo repiten datos parciales.
El mercado inmobiliario de Olavarría —y del país entero— funciona como una ciudad sin espejos: caminamos, pero nunca vemos nuestro reflejo.
El propietario que quiere vender no sabe cuánto pedir.
El comprador no sabe si el precio que le ofrecen es justo.
Los profesionales no pueden planificar con métricas serias.
La ciudad no puede diseñar políticas ni atraer inversión porque carece de estadísticas confiables.
En definitiva: todos jugamos un partido sin marcador, sin saber quién gana y quién pierde.
¿Por qué aceptamos vivir en un sistema donde la información real se esconde?
¿Hasta cuándo seguiremos naturalizando que “así funciona” sin pensar en las consecuencias?
¿Quién se beneficia realmente cuando los ciudadanos no tienen datos para decidir con claridad?
No podemos esperar a que cambien las leyes nacionales. Pero sí podemos empezar a construir un orden local.
Reunir a escribanos e inmobiliarias para generar un índice mensual de escrituras.
Publicar valores promedios por zona, de manera anónima y transparente.
Crear una base de datos que refleje la verdad del mercado y sirva de guía para todos.
No se trata de culpar: se trata de reconocer que todos jugamos en un tablero torcido y que, si no lo enderezamos juntos, nadie gana.
La verdadera transformación no será solo técnica ni contable. Será cultural. Requiere que dejemos de ver la evasión como “normal” y que empecemos a valorar la transparencia como un capital social.
No es solo cuestión de impuestos: es cuestión de confianza.
Olavarría necesita un espejo. Uno que nos devuelva la imagen completa de lo que somos y lo que valen nuestras propiedades. Un mercado sin datos es como una ciudad sin brújula: avanza, pero no sabe hacia dónde.
La pregunta es: ¿nos animaremos a construir ese espejo juntos o seguiremos viviendo en la penumbra cómoda de las medias verdades?