

Por: Observatorio Sinaí
Un tesoro en el corazón de Olavarría
En el Museo Municipal de Artes Plásticas Dámaso Arce se guarda una de las piezas más significativas del patrimonio cultural argentino: el retrato de Manuel Belgrano pintado en Londres en 1815 por François Casimir Carbonnier. No es un cuadro más. Es la única vez que el creador de la Bandera posó para un artista, y de esa imagen se construyó el rostro que generaciones enteras aprendieron a reconocer como el del prócer.
Lo que pocos saben es que esa obra no está en Buenos Aires, ni en un museo europeo: está aquí, en Olavarría. Nuestra ciudad, a menudo pensada solo en términos de industria, cemento y producción, custodia en silencio un ícono que forma parte de la identidad profunda de la Nación.
La historia del cuadro es un viaje en sí mismo. Belgrano posó en Londres en el marco de una misión diplomática junto a Bernardino Rivadavia. La obra llegó a Buenos Aires en 1822, pasó por manos de su hermano Miguel y de sus descendientes, y finalmente fue adquirida en 1978 por el Banco de Olavarría, que la restauró y la exhibió con orgullo.
Cuando la entidad financiera desapareció en 2002, el retrato quedó bajo custodia del municipio y pasó a integrar el acervo del Museo Dámaso Arce. Desde entonces, permanece en la ciudad, rara vez se lo traslada y siempre bajo medidas extremas de conservación. Investigadores, docentes y descendientes del prócer han venido hasta aquí para conocerlo.
El retrato no solo inmortaliza al creador de la Bandera. También lo humaniza. Belgrano aparece sentado, vestido según la moda europea del dandismo, con la mirada baja, lejos del gesto heroico que solemos asociar a los próceres. En una mano sostiene un objeto que algunos interpretan como un pastillero; a través de la ventana, una bandera celeste y blanca de dos franjas abre debates sobre los orígenes de nuestro símbolo patrio.
Cada detalle del óleo invita a reflexionar: ¿qué quería mostrarnos ese Belgrano? ¿Un hombre agotado por las batallas, melancólico ante el futuro, o un visionario consciente de la fragilidad de los símbolos que estaba creando?
No es casual que Olavarría haya sido declarada Ciudad Belgraniana. Sus calles, plazas, instituciones y monumentos llevan el nombre del prócer, y hasta sus descendientes directos mantienen vínculos con la región. El Museo Dámaso Arce, con este cuadro como joya central, se convierte así en un punto de encuentro entre la historia nacional y la identidad local.
Ser custodios de este retrato no es solo un honor: es una responsabilidad. Como comunidad, nos toca decidir si lo tratamos como un objeto más de museo o como una brújula simbólica que nos señala un camino.
Belgrano no fue un hombre de discursos vacíos. Fue un reformador. Soñó con educación pública, con industria nacional, con un país donde la justicia y la ética fueran la base de la vida colectiva. Y pagó con su salud y con su fortuna personal ese compromiso.
Hoy, su retrato en Olavarría no es un adorno colgado en una pared. Es una pregunta viva. Su mirada baja parece dirigirse hacia nosotros, los ciudadanos de este tiempo:
¿Qué hacemos con la ciudad que recibimos?
¿Cómo transformamos nuestra comunidad para que el futuro no se desperdicie como tantas veces en la historia argentina?
¿Tenemos la misma valentía que él para desafiar intereses y construir un orden nuevo?
Si Belgrano viviera en Olavarría, no estaría cómodo con homenajes vacíos ni con placas en el Concejo Deliberante. Buscaría organizar, educar, poner orden. Crearía instituciones nuevas allí donde el desorden gobierna. Se pondría del lado del ciudadano común, del productor, del docente, del trabajador, y diseñaría un proyecto de futuro que trascienda a los poderosos de turno.
El retrato que descansa en el Museo Dámaso Arce no es solo un recuerdo del pasado. Es un espejo incómodo. Nos obliga a preguntarnos: ¿qué haría Belgrano hoy… y qué vamos a hacer nosotros?