

Por: Editorial Sinaí Olavarría
Cada 12 de octubre nos miramos en un espejo que pocos se animan a sostener. Algunos todavía lo llaman “Día del Descubrimiento”, otros “Día de la Raza”, y hoy oficialmente es el “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”. Pero más allá del nombre, lo que está en juego es algo más profundo: entender quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos como pueblo.
No se trata solo de Colón ni de carabelas. Se trata del alma de una nación que fue mezclada, herida y a la vez forjada en el fuego de la historia.
Antes de que los europeos tocaran estas tierras, ya había civilización. Pueblos que sabían leer el cielo, cultivar la tierra y respetar los ciclos del mundo natural. El “descubrimiento” fue, en realidad, un choque de mundos: uno buscando oro, otro buscando sentido.
De ese encuentro nació la América que hoy habitamos: una mezcla de lenguas, sangres, creencias y dolores. Pero también una mezcla de sueños.
España trajo su fe y su espada; Portugal, su comercio; Inglaterra, su ambición; Francia, su cultura. Cada potencia europea dejó una huella, buena y mala.
Y nosotros —los que nacimos siglos después— heredamos todo eso: la nobleza y la culpa, la belleza y la violencia.
Durante mucho tiempo, nos enseñaron a vernos como “descendientes de europeos”, olvidando que bajo nuestros pies siguen latiendo las raíces de los pueblos originarios.
Negamos lo indígena, lo mestizo, lo africano, lo criollo.
Y así, sin darnos cuenta, seguimos conquistados: no por las armas, sino por el desprecio a lo propio.
Ser argentino —ser olavarriense— es entender que venimos de esa mezcla, que nuestra identidad no es una copia de Europa ni una nostalgia del pasado, sino una construcción viva, aquí y ahora.
Hoy no llegan barcos con banderas. Llegan pantallas, ideologías, promesas vacías.
Nos colonizan con distracciones, con deudas, con discursos.
Nos hacen creer que el éxito es individual, que el otro es enemigo, que el país no tiene arreglo.
Y mientras discutimos entre nosotros, los que manejan los hilos se reparten lo que queda.
La conquista ya no es de territorio: es del alma.
Y la resistencia tampoco se hace con lanzas: se hace con conciencia, con valores, con comunidad.
Olavarría, como la Argentina toda, necesita volver a encontrar su eje.
No el eje político ni económico —eso viene después— sino el moral y espiritual.
Volver a respetar la palabra dada. Volver a valorar el trabajo honesto. Volver a mirar a los ojos al vecino.
Este 12 de octubre no debería ser un feriado más.
Debería ser el día en que recordemos que una patria no se construye con marketing ni con odio, sino con identidad.
Nuestro futuro no está escrito en ningún decreto ni en ningún partido.
Está en lo que hagamos cada día: en si elegimos sembrar división o cooperación, mentira o verdad, comodidad o coraje.
Cuando el argentino deje de esperar que lo salve un “salvador” y empiece a reconstruir desde adentro, ese día habremos vuelto a descubrir América.
Pero esta vez, no desde afuera.
Desde el corazón.
Sinaí Olavarría
Una voz que busca encender luz donde otros siembran confusión.