

Por: Redacción Estratégica | Sinaí Olavarría
Sinek lo dice sin vueltas: el problema no es que la IA “llegue a destino” mejor que nosotros, sino que nos roba el viaje. Escribir un libro, aprender un oficio, sostener una discusión difícil: eso te forma el músculo que después te salva en la tormenta.
En Olavarría, ese músculo tiene nombre propio: experiencia. La del operario que lee el horno “por el oído”, la del camionero que intuye el clima por el olor, la del profe de taller que ve en diez minutos si un pibe nació para electricidad o para tornería. Eso —lo humano, lo acumulado, lo imperfecto— es capital estratégico.
“Lo que nos hace valiosos no es la obra terminada, sino las cicatrices del proceso.”
Sinek advierte que la web ya suena a mail perfecto y a pitch impecable escrito por bots. La paradoja: la gente empieza a pagar por lo humanamente imperfecto. En nuestra escala, se nota en lo que elegimos: la pizza del club con la muzzarella corrida, el flyer con tres tipografías pero hecho por la profe de patín, el audio de WhatsApp con risa al fondo.
La pregunta incómoda para medios, pymes y profesionales locales es sencilla: ¿no conviene mostrar quiénes somos —con modismos, errores y humor olavarriense— antes que copiar la estética global aséptica?
En los 80, la automatización asustó a los obreros. Hoy la IA inquieta a programadores, administrativos, contadores. Sinek se ríe un poco del péndulo y dice: “reconversión” para todos.
En Olavarría, traducido: los oficios no son plan B; son columna vertebral. Herreros, gasistas, soldadores, choferes, instrumentistas, técnicos de mantenimiento industrial: el plomo del día a día que no se sube a la nube. La otra pata es obvia: habrá más demanda de energía, datos y seguridad; a la vuelta de la esquina eso significa tableristas, fibra óptica, automatización y manos que arreglen lo que la automatización rompe.
“Escondí Instagram y bajé el consumo”, confiesa Sinek. Le llama poner fricción para recuperar libertad. En Olavarría suena a costumbre saludable: dejar el celu en la mesita del club durante el partido de los pibes; cortar notificaciones a la hora de la cena; volver a la charla larga de sobremesa en la casa de los viejos.
No es nostalgia: es atención disponible para lo que de verdad sostiene la vida.
Definición que sirve: comunidad es un grupo que acuerda crecer junto. Con IA abaratando la producción, lo que vale es la distribución: quién te conoce, quién te cree, quién te banca. En Olavarría, la distribución se llama clubes, sociedades de fomento, cooperadoras escolares, bibliotecas populares, ferias, parroquias, comparsas.
Si los eventos “sin celular” en ciudades grandes ya explotan, ¿qué decir de un asado en la sede, una peña, una bicicleteada solidaria? La infraestructura social ya está; lo extraordinario es usarla en serio.
“Offline es el nuevo online” también en la esquina de tu casa.
Otro hilo fino: cuando la vida pierde para qué, se agranda la soledad. Sinek no romantiza: dice que el antídoto no es una app sino alguien que te quiere y te sostiene. Acá hay un patrimonio oculto: la facilidad para mezclarnos. En Olavarría todavía se saluda por la vereda, se invita a mate sin cita previa y el “pasá que justo hay torta” existe. Convertir eso en hábito consciente puede ser una decisión cultural, no un accidente feliz.
“Elegí al editor con el que mejor vas a pelear”, bromea Sinek. Discusiones hay; el punto es pelear bien. En clave local: sindicatos, empresas, municipio, universidades y clubes saben —porque lo vivieron— que cuando el desacuerdo se tramita con respeto, la relación sale fortalecida. Aprender a escuchar sin querer ganar, a pedir perdón sin manual de IA, a decir “tenés razón” sin perder dignidad: habilidades blandas, impacto duro.
Cuando todo se puede, ¿cuándo es suficiente? Sinek habla de agradecer incluso lo que podemos perder. En una ciudad donde el tiempo corre entre turnos, viajes y horarios rotativos, la pregunta pega: ¿qué cuidamos primero? El mate con mamá, el cumple del nene, el entrenamiento del club, la siesta del domingo. Decir que no —a un cliente, a un evento, a un “venite”— es a veces la única forma de decir sí a lo importante.
De su trabajo con la Fuerza Aérea estadounidense, Sinek se quedó con tres verbos que pusieron hasta en una medalla: construir, enseñar, liderar. En la pizarra de una técnica, en un vestuario o en la oficina de una pyme olavarriense, esa trilogía entra de taquito:
Construir: desarrollar la destreza hasta que salga con el cuerpo.
Enseñar: pasarla a otro; si no, no existe.
Liderar: hacerse cargo del clima, no sólo del resultado.
La IA no es una ola que “nos tapa” ni un salvavidas mágico. Es agua nueva en un río que igual necesita orillas: vínculos, oficio, comunidad y límites. Olavarría tiene con qué: cultura del trabajo, tramas de confianza, orgullo de barrio y una capacidad notable para convertir una reunión cualquiera en evento.
Lo más “disruptivo” puede ser —otra vez— lo más simple: mirar a los ojos, admitir errores, aprender juntos y celebrar lo que nos sale bien aunque no sea perfecto. En un mundo que promete lo impecable, ser genuinos quizás sea nuestro producto estrella.
“Hay una prima por lo humano. Cobremos en esa moneda.”