Por: Redacción Estratégica | Sinaí Olavarría
Cuando Dios le dio a Adán la tarea de nombrar a los animales, no fue un juego. Fue el primer acto de gobierno. Nombrar era distinguir, ordenar, poner límites.
Hoy, el mundo volvió al caos porque nadie se anima a llamar las cosas por su nombre.
Y si Adán caminara por Olavarría en 2025, probablemente tendría que empezar de nuevo.
Los que repiten sin pensar.
Los que defienden leyes absurdas sin haberlas leído, y títulos sin haber entendido para qué sirven.
Los que se golpean el pecho diciendo “defiendo la profesión”, mientras destruyen el mercado y la confianza.
Burros de corbata, con papeles en la mano y la cabeza vacía.
No son malos, sólo obedientes al error. Pero el Reino no se construye con obediencia ciega, sino con discernimiento.
Los que se arrastran entre los despachos, susurrando calumnias.
Venden miedo, se alimentan del veneno del rumor.
Usan el lenguaje para manipular y confundir, igual que el Edén.
Son los que dicen “cooperación sí, pero con los míos”, y después muerden por la espalda.
Son la mayoría.
Buenos hombres y mujeres, cansados, confundidos.
Creen en la justicia, pero no saben dónde está.
Buscan un líder, pero se conforman con el que grita más fuerte.
Necesitan un pastor con coraje, no un burócrata con sello.
Los que se hacen pasar por colegas o defensores del orden, pero viven del caos.
Organizan reuniones, comisiones, charlas “institucionales”, pero lo que protegen es su propio privilegio.
Hablan de ética y esconden sus negocios sucios bajo el escritorio.
Temen la luz, porque la luz los desenmascara.
Los pocos que ven desde arriba.
Los que no tienen miedo al cambio, ni al rechazo.
Los que entienden que un MLS no es un portal, sino un pacto de confianza, trazabilidad y libertad con orden.
Son los que construyen mientras los demás discuten.
Y cuando todo se derrumba, vuelan más alto.
El verdadero “acto de nombrar” hoy no es poner etiquetas nuevas, sino restaurar el sentido perdido de las palabras.
Martillero, agente, empresario, político, ciudadano... todas se pudrieron en boca de los burros.
Por eso, en Sinaí, no se habla de inmobiliarias: se habla de casas del Reino, de administradores fieles, de obreros que edifican verdad.
Nombrar no es insultar: es poner las cosas en su lugar.
Y cuando el lenguaje se ordena, el mundo empieza a sanar.