Por: Redacción Estratégica | Sinaí Olavarría
🌅 “El Día en que Olavarría Levante la Cabeza”
Olavarría es el espejo de una Argentina herida.
Las calles rotas, la inseguridad y la corrupción son solo los síntomas visibles de un colapso espiritual mucho más profundo.
Y lo más doloroso no es el desorden político, sino el silencio de la iglesia.
Mientras la inmoralidad se organiza, la fe institucional se acomoda.
Los templos están llenos de palabras, pero vacíos de fuego.
Los púlpitos hablan de amor, pero callan ante la injusticia.
Los líderes espirituales prefieren no incomodar al poder, aunque eso signifique traicionar el Evangelio.
Cristo expulsó a los mercaderes del templo.
Nosotros, en cambio, los aplaudimos desde el banco.
La política ya no gobierna: administra su propio negocio.
El Estado se volvió una máquina de confusión ideológica, disfrazada de “inclusión”.
Financia con los impuestos del pueblo programas que destruyen la familia, anulan la paternidad y deforman la educación de los hijos.
Y los jueces, abogados y funcionarios actúan como si fueran los nuevos sacerdotes del caos.
Todo se paga con el dinero del que trabaja.
Y el alma colectiva, sin rumbo ni guía moral, se va apagando lentamente.
La iglesia fue llamada a ser luz en medio de las tinieblas, pero en muchos casos eligió el papel cómodo del observador.
En lugar de pastores, se transformaron en relatores de esperanza sin compromiso.
Predican “paz” mientras reina el pecado.
Hablan de “tolerancia” mientras los inocentes son corrompidos.
Se adaptaron al mundo que deberían transformar.
Jesús no vino a negociar con la oscuridad, sino a confrontarla.
Y cuando la iglesia calla, el mal se multiplica.
Cada generación enfrenta un momento decisivo:
o se entrega al sistema, o lo desafía.
Olavarría está en ese punto.
O seguimos viviendo como avestruces, con la cabeza bajo tierra,
o reconocemos el caos y decidimos reconstruir desde la verdad.
No se trata solo de política.
Es una batalla espiritual, entre el orden y el engaño, entre el Reino de Dios y la estructura de la mentira.
Y el que no elige, ya eligió.
De esta oscuridad surgirá el nuevo Sinaí.
Una comunidad que no teme hablar con verdad.
Que une fe, trabajo y propósito.
Que entiende que sin Dios no hay orden, y sin orden no hay libertad.
El Sinaí no es solo un proyecto. Es un pacto moral entre los que aman la verdad más que la comodidad.
Un llamado a reconstruir desde los fundamentos eternos:
la familia, la palabra, la justicia y la fe viva.
Cuando el último avestruz levante la cabeza,
cuando el pueblo vuelva a mirar al cielo y no al poder,
cuando la iglesia deje de callar y vuelva a ser profeta,
entonces Olavarría resucitará.
Porque el Reino no se impone: se manifiesta.
Y Cristo no regresa a una sociedad perfecta, sino a una que decide despertar.