Por: Diego A. Ibarlucía
🕊️ “Por qué los musulmanes se reproducen y los cristianos no”
Durante siglos, el mundo cristiano fue el corazón de la civilización: familias grandes, fe, trabajo y propósito.
Hoy, en cambio, las sociedades cristianas están envejecidas, divididas y sin hijos.
Mientras tanto, los pueblos que conservan estructuras tradicionales siguen creciendo y expandiéndose.
La causa no es biológica, sino espiritual.
El cristianismo se partió en miles de versiones y opiniones personales.
Donde antes había unidad, hoy hay confusión.
Cada uno cree “a su manera”, y la fe se volvió un sentimiento, no un orden moral.
Sin doctrina, no hay familia; sin familia, no hay futuro.
La escuela moderna ya no forma el carácter, sino el ego.
En lugar de enseñar servicio, enseña autoestima; en lugar de deber, enseña deseo.
Los jóvenes aprenden que la libertad significa no necesitar a nadie, y terminan esclavos de sus impulsos.
Así se quiebra el tejido moral que unía generaciones.
Antes se preparaba a los adolescentes para el matrimonio.
Hoy se los expone al sexo sin compromiso, a la pornografía y a una cultura que ridiculiza la pureza.
El placer se separó del amor, el amor de la familia y la familia de Dios.
Esa cadena rota deja a millones emocionalmente vacíos y biológicamente estériles.
Las normas actuales no buscan reconciliar, sino dividir.
Facilitan el divorcio, fomentan el conflicto y colocan al Estado como árbitro de lo que debería resolverse en casa.
El matrimonio dejó de ser un pacto y pasó a ser un trámite con fecha de vencimiento.
Y un pueblo sin matrimonios duraderos pierde su raíz espiritual.
A las mujeres occidentales se les prometió que serían libres si imitaban al hombre: estudiar, competir, producir.
Pero esa “liberación” las desconectó de su naturaleza creadora y relacional.
La sociedad les dice que se casen después, “cuando llegue el momento”.
Ese momento nunca llega, y cuando buscan formar familia, la oportunidad ya pasó.
No porque valgan menos, sino porque fueron engañadas:
se les cambió el don de construir vida por la carga de sostenerlo todo solas.
Y también los hombres perdieron: ya no se sienten necesarios, ni responsables.
El cristianismo moderno canta pero no obedece, siente pero no construye.
Mientras tanto, otras culturas siguen entendiendo algo esencial:
la familia es sagrada, los hijos son riqueza y la fe es deber, no emoción.
Como dijo Saladino,
“No hace falta conquistar a un pueblo con la espada, basta con corromper a sus mujeres y dividir a sus hombres.”
Occidente fue conquistado por dentro.
La restauración comienza en lo íntimo:
hombres con propósito, mujeres con sabiduría, hijos criados en verdad.
La fe no se predica sólo con palabras, sino con familias que vuelven a poner a Dios en el centro.
Solo así volverá la fertilidad, la paz y la fuerza espiritual de los pueblos