Por: Observatorio de Transformación Inmobiliaria y Justicia Territorial Sinaí
Hay casas y terrenos que están en venta hace tanto tiempo que ya son patrimonio cultural.
Arqueólogos del futuro van a estudiar esos carteles para entender cómo vivíamos.
El propietario, firme:
“Lo vendí yo. El comprador lo encontró por el cartel.”
¡Claro! Justo pasó un marciano con ganas de mudarse.
Pero nunca hubo:
exclusividad,
trazabilidad,
verificación documental,
precio real basado en datos,
ni un solo proceso profesional.
Solo fe. Y a veces mucha imaginación.
La matrícula ya NO es obligatoria.
Pero siguen pagando religiosamente como si fuese un débito automático del espíritu.
¿Por qué?
Tres razones simples:
Costumbre. La inercia mueve montañas.
Miedo. Por las dudas, no vaya a ser cosa que un rayo administrativo caiga del cielo.
Estatus imaginario. “Tengo matrícula, por lo tanto existo.”
Mientras tanto:
– No les genera ventas.
– No les da datos.
– No les da tecnología.
– No les da cooperación.
– No les da seguridad jurídica.
Pero sí les da… un papel plastificado muy bonito.
Cuando uno mira la estructura del sistema colegiado, queda claro que si la burocracia fuese un deporte olímpico, ganaríamos oro.
No estadísticas.
No procesos.
No estándares.
Pero sí una habilidad mística para cobrar.
Escribir una escritura lleva tanto tiempo que uno empieza joven y termina sabio.
Y ante cualquier demora, el culpable es “La Plata”, que es como un primo imaginario al que todos culpan en las fiestas.
Si Kafka viviera en Olavarría, no escribiría novelas. Simplemente iría a la municipalidad y les grabaría un documental.
Mesas que no saben qué hace la mesa de al lado.
Oficinas con “horarios especiales” que cambian según el clima.
Áreas enteras que funcionan con una lógica espiritual: están, pero no actúan.
Y un ejército de empleados que cumplen horario con una precisión suiza… y funciones con una libertad artística admirable.
No son malas personas.
Es un sistema que garantiza que nada mejore, pero todo cobre.
En Olavarría ya lo sabe hasta el loro:
si no sos amigo del poder, construir es como escalar el Aconcagua descalzo.
Los amigos del Estado avanzan.
El resto observa impotente desde la barrera, mientras paga impuestos, tasas y el cemento que fabricamos acá mismo como si viniera importado de Dubái.
Olavarría es el único lugar donde producimos carne, piedra, cemento, ladrillos…
y pagamos todo como si lo trajeran en drones de Noruega.
Y mientras tomamos agua que a veces parece más un experimento químico que un recurso natural, seguimos diciendo:
“Bueno, es lo que hay”.
Pinta algo tan revolucionario que en Olavarría suena raro:
orden, datos, ética y responsabilidad.
No veinte carteles.
No diez inmobiliarias con la misma propiedad.
No precios inventados.
No “cada uno por su lado”.
Sinaí MLS propone algo que parece ciencia ficción para la ciudad:
👉 método,
👉 transparencia,
👉 cooperación,
👉 verificación documental,
👉 tasaciones basadas en datos,
👉 procesos medibles,
👉 y respeto por el patrimonio del vecino.
Cambiar de modelo no es un ataque.
Es una necesidad sanitaria.
Olavarría no está mal porque falte inteligencia.
Está mal porque sobra comodidad.
Mientras todos miran para otro lado,
mientras los dinosaurios del sistema siguen cómodos,
mientras la municipalidad actúa como si gobernara en modo avión,
y mientras algunos profesionales trabajan como si fuera 1980…
todos perdemos: compradores, vendedores, constructores y la ciudad entera.
Sinaí MLS no viene a criticar.
Viene a señalar lo obvio:
🏡 el sistema viejo ya no funciona
y
🏡 Olavarría necesita orden, cooperación y verdad.
El día que dejemos de hacer de cuenta que “todo está bien”,
ese día la ciudad empieza a cambiar.
Hasta entonces…
seguiremos escribiendo esta columna. Con humor. Porque si no, lloramos.
Observatorio Sinaí