Por: Observatorio Sinaí
La Cruz que nos une: la raíz que Olavarría olvidó
Antes de que existieran provincias, partidos, intendentes o instituciones, hubo un símbolo que marcó nuestro nacimiento como pueblo: la Cruz.
Y de ella, una de sus voces más poderosas en nuestra historia: la Cruz de Borgoña.
Esa cruz no era un adorno militar.
Era el estandarte que guiaba a quienes traían orden, ley, ciudades, caminos, principios y misión.
Los que la llevaban entendían que una comunidad no se construye desde el egoísmo, sino desde algo mucho más alto: un Rey, un orden y un propósito.
Y ese Rey tenía nombre.
Cristo Rey.
Somos hijos de una civilización cristiana e hispanoamericana.
Una unión única en el mundo:
Fe cristiana como fundamento moral.
Lengua que nos une a millones.
Derecho y orden trazados durante siglos.
Pueblo mestizo con coraje, cabeza y corazón.
Una historia que —aunque hoy duela admitirlo— fue mucho más grande que nosotros.
Somos el resultado de esa mezcla:
españoles, indígenas, criollos, inmigrantes.
Todos bajo la Cruz.
Todos dentro del mismo proyecto civilizatorio.
Aunque hoy lo neguemos, esa es nuestra raíz.
Significa que no somos un país improvisado.
No somos una ciudad aislada.
No somos individuos sueltos viviendo al azar.
Venimos de un linaje que sabía construir:
fundar ciudades, cooperar, crear instituciones, sostener valores y levantar comunidades que duraban siglos.
Si hoy Olavarría está fragmentada, silenciosa, sin rumbo, es porque perdió el hilo de su identidad.
Ya no recordamos la raíz que nos daba orden.
Y cuando se pierde la raíz, se pierde la dignidad.
Cuando se pierde la dignidad, aparece el caos.
Y cuando aparece el caos, se apagan las ciudades.
La Cruz simple representa la autoridad moral:
Cristo como Rey, como medida del bien y del mal, como orden del alma.
La Cruz de Borgoña representa la autoridad civilizadora:
orden, disciplina, reglas claras, misión común y la capacidad de construir un territorio entero.
Una une el espíritu.
La otra une la historia.
Juntas explican quiénes somos.
Juntas explican por qué nos caímos.
Y juntas explican por qué podemos levantarnos.
Todo.
Olavarría está así porque:
no hay reglas claras,
no hay cooperación,
no hay orden profesional,
no hay misión compartida,
no hay visión de ciudad,
y cada uno actúa como si estuviera solo.
Cuando una comunidad pierde la Cruz —su raíz moral y su raíz histórica— cae en el mismo patrón:
individualismo, desconfianza, caos y estancamiento.
La ciudad no está muerta.
Está desconectada.
El MLS Sinaí no es un sistema tecnológico.
Es la reconstrucción moderna del orden que antes representaba la Cruz de Borgoña:
reglas claras,
procesos,
verdad verificable,
cooperación real,
misión compartida,
ética,
comunidad.
Es la recuperación de la estructura que este territorio tuvo por siglos:
personas unidas bajo un mismo código, no aisladas en su egoísmo.
El MLS Sinaí propone volver a lo elemental:
orden, verdad, trabajo en red y responsabilidad.
Es exactamente lo que sostienen las comunidades fuertes.
Es lo que sostuvo a nuestra civilización.
Es lo que Olavarría necesita hoy.
No somos un pueblo perdido.
Somos un pueblo desenfocado.
Nuestra raíz es sólida.
Nuestro símbolo es claro.
Nuestra historia es más grande que nuestra decadencia actual.
La Cruz —y la memoria de quienes la alzaron— nos recuerda lo que fuimos:
un pueblo capaz de construir ciudades desde cero con orden, disciplina y fe.
Y también nos recuerda lo que todavía podemos ser:
una comunidad que se levanta cuando vuelve a su raíz.
Viva Cristo Rey.
Y que vuelva el orden que nos dio identidad.