lunes 15 de diciembre de 2025 - Edición Nº200

Fe y Cultura | 5 dic 2025

De Lepanto a la Argentina del siglo XXI

Cuando el viento cambia de lado: lo que Lepanto le advierte hoy a Olavarría

En su libro “Lepanto: cuando España salvó a Europa”, Marcelo Gullo recuerda una batalla que parecía perdida hasta que el viento –el real y el de la historia– cambió de dirección. Detrás del relato militar hay una tesis incómoda: cuando una civilización pierde su fe fundante y olvida a sus héroes, se derrumba por dentro. Lo que Gullo dice de Europa, vale –con otras formas– para Argentina, para Olavarría y para el modo en que organizamos (o desorganizamos) nuestra vida económica e institucional.


Por: Observatorio de Cooperación y Mercado Ético

El día en que el mar se tiñó de rojo

Marcelo Gullo parte de una escena brutal: 7 de octubre de 1571, Golfo de Lepanto, frente a las costas de Grecia. De un lado, la flota de la Santa Liga; del otro, el Imperio Otomano, que parecía invencible.

Los números eran desfavorables, el viento soplaba a favor de los turcos y todo indicaba que la derrota cristiana era solo cuestión de tiempo. Hasta que, en medio del combate, el viento cambió. No solo el meteorológico: el “viento de la historia”, como insiste Gullo.

La batalla fue un infierno flotante. Galeras que chocaban una contra otra, soldados saltando de un barco al otro, cuerpos cayendo al mar con armaduras que los arrastraban al fondo. Treinta mil muertos del lado otomano, ocho mil del lado cristiano. Un día en que el mar literalmente se tiñó de rojo.

Pero lo que a Gullo le importa no es el espectáculo bélico, sino la decisión moral detrás de ese combate: un grupo de hombres que, aun sabiendo que podían perder, eligieron quedarse, pelear y decir: “Hoy acá vencemos o morimos todos”.


Fe fundante o casa recién pintada que se cae

En la entrevista, Gullo conecta Lepanto con su gran tesis: la teoría de la “insubordinación fundante”. Toda nación que logra construir poder y dignidad –explica– nace de una fe fundante, verdadera o falsa, que ordena la escala de valores, da sentido al sacrificio y sostiene los cimientos culturales.

El problema comienza cuando esa fe se disgrega por relativismo. Entonces la casa puede parecer perfecta por fuera –pintura nueva, techos impecables–, pero los cimientos están podridos. Es la metáfora que usa para describir la Europa actual: sociedades prósperas en apariencia, pero desconectadas de su origen espiritual y de su memoria histórica.

Para Gullo, no se trata solo de religión en sentido estrecho, sino de algo más profundo:

  • una idea de bien común,

  • una concepción del hombre,

  • una ética del sacrificio,

  • y una narrativa de héroes y lealtades.

Cuando eso se abandona, la civilización entra en fase de autodestrucción. Y los enemigos externos –imperios, ideologías, poderes económicos, o simplemente otras culturas más cohesionadas– solo terminan de hacer lo que dentro ya estaba empezado.


La amnesia de Europa y la importación de problemas

Una parte central del análisis de Gullo es la “amnesia de Europa”. No recuerda cómo cayó la cristiandad oriental, no recuerda los siglos de avance islámico, no recuerda Constantinopla, Santa Sofía, ni el precio de haber abandonado a sus propios hermanos en la fe.

Desde esa amnesia, dice, las élites europeas encaran fenómenos como la inmigración masiva sin entender la dimensión cultural y religiosa del problema. Gullo cita a Giovanni Sartori, Lipovetsky, Attali y al cardenal Sarah para mostrar que incluso entre los grandes intelectuales hay diagnósticos opuestos:

  • unos ven una bendición,

  • otros ven una invasión silenciosa,

  • otros hablan de una Europa programada para suicidarse.

El punto de Gullo no es un odio étnico ni una negación del otro, sino una advertencia: si una sociedad pierde claridad sobre quién es, qué cree y qué está dispuesta a defender, cualquier presión externa la desborda. Una civilización que no sabe lo que vale no puede poner límites sanos a nada.


De Lepanto a Olavarría: cada ciudad tiene su batalla

Puede parecer lejano: galeras, sultanes, Pío V, Don Juan de Austria… ¿Qué tiene que ver todo eso con una ciudad como Olavarría, con Argentina, con nuestras discusiones cotidianas sobre trabajo, vivienda, seguridad o mercado inmobiliario?

Más de lo que parece.

  • También acá hay un viento de la historia: décadas de relativismo, destrucción de la familia, Estado sobredimensionado e ineficaz, instituciones capturadas, educación vaciada, corrupción normalizada.

  • También acá hubo una fe fundante –cristiana, hispánica, occidental– que, con todos sus errores históricos, dio un marco de orden y sentido que hoy está casi borrado del discurso público.

  • También acá estamos en manos de “políticos ignorantes”, como diría Sartori, que discuten consignas mientras el edificio se agrieta.

Lepanto es una metáfora incómoda: había pocos hombres, divididos, con intereses cruzados (venecianos que no querían perder negocios, reyes distraídos en otros frentes), pero en un momento alguien entendió que ya no se podía seguir pateando la decisión. Era combatir o ver todo caer.

En Olavarría, el escenario es distinto –no hay galeras ni sultanes–, pero la lógica es parecida:

  • ¿seguimos aceptando un mercado inmobiliario desordenado, mezquino, sin datos, sin cooperación, donde el ciudadano común siempre pierde?,

  • ¿seguimos naturalizando que la ciudad se degrade de a poco mientras cada uno cuida “su quintita”?,

  • ¿o empezamos a crear estructuras nuevas de cooperación, transparencia y responsabilidad compartida?


MLS Sinaí: una Santa Liga cívica y económica (sin estandartes, pero con principios)

Sin estridencias, la entrevista a Gullo tiene una consecuencia práctica para nuestro tiempo: muestra que las grandes batallas de la historia no se ganan solo con fuerza bruta, sino con organización, fe y decisión de unos pocos que se animan a ordenar el caos.

La Santa Liga no era perfecta:

  • había recelos,

  • había intereses económicos,

  • había egos.

Pero, mezclando a españoles, venecianos, genoveses en las mismas galeras, Don Juan los obligó a entender una verdad brutal: “O vencemos juntos o morimos juntos”. No había espacio para la comodidad del “yo me salvo solo”.

El proyecto MLS Sinaí –en su escala local, económica y cívica– apunta precisamente a eso:

  • mezclar saberes,

  • unir oficinas que hoy se ignoran,

  • poner datos en común,

  • crear reglas claras y un código ético que favorezca al comprador, al vendedor y a la ciudad en su conjunto.

No se trata solo de vender propiedades:

  • es volver a poner orden donde hay improvisación,

  • cooperación donde hay envidia,

  • servicio donde hay pura especulación,

  • memoria donde hay amnesia histórica e institucional.

Así como Lepanto fue una respuesta a un avance externo, el MLS Sinaí es una respuesta a un colapso interno: décadas de desorden institucional y cultural que se expresan en la forma en que vivimos, construimos, compramos y vendemos.


Jóvenes, lectura y misión: el viento no cambia solo

Hacia el final, Gullo habla directamente a los jóvenes. Usa la metáfora del vino:

  • primero somos uva cuidada por los padres,

  • luego vino en barrica, que puede hacerse grande o arruinarse,

  • todo depende de si uno estudia, lee, se forma, enfrenta la realidad o se entrega a la distracción permanente.

Su pedido es simple y contundente: lean, profundicen, despierten. Porque el problema no lo van a pagar solo ellos, sino sobre todo sus hijos.

Trasladado a nuestra escala local, el mensaje es el mismo:

  • si los jóvenes de Olavarría no se forman,

  • si no entienden la historia de su país,

  • si no aprenden a leer datos, contratos, planos, códigos urbanos,

  • si no asumen una misión concreta en la ciudad que pisan todos los días,

entonces el viento seguirá soplando siempre a favor de otros: de los que aprovechan la desorganización, de los que viven de un Estado clientelar, de los que monetizan la ignorancia ajena.


Lepanto, Olavarría y el próximo movimiento

Gullo dice que Lepanto fue una batalla inacabada porque, para ciertos sectores del mundo islámico, el sueño de transformar a Europa no terminó. Pero la frase vale también en otro plano: toda batalla por la civilización, por el orden y por la verdad está siempre “inacabada”. Siempre puede retroceder, siempre puede volver a empezar.

En Olavarría, la pregunta ya no es abstracta ni lejana:

  • ¿vamos a seguir durmiendo mientras la ciudad se vacía de sentido y de oportunidades reales?

  • ¿o vamos a armar nuestras propias “galeras” de cooperación, ética y datos, para que el ciudadano común deje de ser la víctima silenciosa del desorden?

Lepanto fue el día en que un pequeño grupo decidió dejar de discutir y empezar a combatir –en sentido moral y político– por lo que creía justo.
Hoy, la escala es otra, las armas son otras, pero el dilema es el mismo:

seguir flotando en el caos… o aprender a cambiar el viento.

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