Por: Unidad de Análisis Histórico-Estratégico de Sinaí Olavarría
1. El punto de partida de Gullo: nada es “solo economía”
Gullo arranca desmontando una de las grandes mentiras modernas: la idea de que la economía manda. No.
Su cadena es brutalmente simple:
Un culto crea una cultura.
Esa cultura crea una idea política.
Esa idea política crea un sistema económico.
Es exactamente lo contrario del viejo marxismo clásico y de toda la tecnocracia actual: primero viene la adoración (qué consideramos sagrado), luego el modo de vivir juntos, y recién después el dinero y los mercados.
En la cristiandad medieval –dice– el ideal dominante era claro:
Buscar el bien común, la verdad y la belleza,
Y formar hombres que quisieran ser “héroes y santos”, el ideal de la caballería: fuerte para defender al débil, santo para no devorarlo.
Desde ahí se entiende todo: el pobre no era una molestia “ineficiente” del sistema, sino el protegido de un orden que se quería justo. ¿Lo cumplían todos? No. Pero ese era el ideal hegemónico: el caballero que se inclina ante el débil, no ante el billete.
El quiebre, para Gullo, es la rebelión protestante y su radicalización calvinista:
Si basta la fe para salvarse, las obras dejan de ser condición.
Si además la riqueza es “signo de predestinación”, entonces:
No importa si exploto a mis obreros.
No importa si destruyo comunidades enteras.
Si tengo fe y me enriquezco, “estoy del lado de Dios”.
El ideal cambia: ya no es el caballero que se juega por el débil, sino el burgués que se juega por su bolsillo. El hombre deja de querer ser héroe-santo y pasa a querer ser rico-exitoso.
Gullo lo dice sin anestesia: ahí nace el ideal burgués que va a justificar, siglos después, niños de 8 años trabajando en minas inglesas como si fuera un dato neutro de manual de historia económica.
La parte más incómoda –y más útil para entender el presente– es cuando Gullo baja todo a formas concretas de poder:
Inglaterra se siente nación elegida por Dios.
Si es la “nueva Israel”, tiene derecho a ser la nación más rica y poderosa del mundo.
¿Y si para eso hay que robar, violar y saquear? “Ningún problema”.
De ahí sale un detalle que nadie enseña en economía política:
Las sociedades anónimas nacen asociadas a la piratería.
La reina Isabel se convierte en accionista privada de expediciones de saqueo.
Se arma una “empresa” para ir a robar oro, campanas de iglesia y barcos españoles.
Los inversionistas ponen dinero sabiendo que:
Si el capitán no vuelve a Inglaterra con el botín, la reina le corta la cabeza.
Es decir: la “garantía institucional” del negocio es el poder político.
Religión, política y economía mezcladas en un cóctel perfecto:
Se reza en cubierta, se lee el “libro de los mártires”…
Y se violan mujeres, se saquean ciudades y se consagra el botín como prueba de predestinación.
No es una anécdota morbosa: es el molde cultural de lo que después se llamará “liberalismo”, “democracia liberal” y capitalismo de mercado.
¿Qué produce, con el tiempo, ese cambio de culto y de cultura?
Gullo lo resume en dos ídolos:
El Parlamento-Dios
Soberanía absoluta.
Puede legislar lo que quiera: desde el aborto hasta la eutanasia masiva.
Lo legal ya no necesita ser legítimo: basta con que haya votos.
El Mercado-Dios
El mercado siempre existió; lo antinatural es convertirlo en Dios.
El liberalismo convierte al mercado en criterio último:
El hombre es una mercancía como cualquier otra.
Si tu trabajo vale 100 porque hay miles como vos, “jodete”.
El resultado: ya no vivimos en economías de mercado, sino en sociedades de mercado. Todo se compra, todo se vende, todo se negocia: desde el cuerpo del niño en el vientre hasta el viejo que “sale caro” al sistema de salud.
Frente a ese bloque protestante-iluminista, Gullo ubica a la hispanidad:
La cristiandad que se hizo pueblo en un espacio concreto: de los Pirineos a Filipinas, de San Francisco a Ushuaia.
No eran “colonias”: era un todo político y espiritual, con tensiones, sí, pero con un principio de unidad.
Cuando ese todo es torpedeado desde fuera y saboteado desde dentro, lo que se rompe no es “España que pierde colonias”, sino un cuerpo entero que se fragmenta.
La fórmula de Gullo es clave para hoy:
No es que España perdió algo: el todo se partió.
Y un todo que se partió, si quiere vivir, tiene que recomponerse.
Reconstruir la hispanidad no es folclore ni nostalgia:
Es recuperar el sentido teleológico (el para qué) de esa unidad:
Un culto (Cristo Rey) que sostiene una cultura,
Una cultura que sostiene una política ordenada al bien común,
Y una economía que deja de tratar al hombre como mercancía.
Hasta acá, historia y geopolítica. ¿Qué tiene que ver esto con el MLS Sinaí Olavarría y con el mercado inmobiliario?
Todo.
Porque:
El modelo anglosajón que describe Gullo no se quedó en Londres ni en Ginebra.
Bajó a nuestras ciudades en forma de:
Colegios y cámaras que cobran pero no ordenan.
Franquicias y “sociedades anónimas” inmobiliarias que se presentan como “profesionales”, pero funcionan con la misma lógica:
Sociedad de mercado,
Hombre-mercancía,
Propiedad-mercancía.
En esa cultura:
El dueño de casa es un número.
El inquilino es una molestia regulatoria.
El barrio es un stock de metros cuadrados a exprimir.
El agente inmobiliario es un insumo descartable al que se le “tira leads” y se lo quema.
Lo que Gullo llama “sociedad de mercado” es exactamente eso:
Un sistema donde nadie responde ante nadie,
Donde los lazos comunitarios están rotos,
Y donde la única ética real es “cerrar la operación y que nadie pueda reclamar”.
Desde la lógica de Gullo, el MLS Sinaí Olavarría no es un simple software ni un “portal de propiedades más”. Es otra cosa:
Es un intento de volver a la idea de comunidad.
No solo “colegas” compitiendo, sino cuerpo profesional que comparte información, reglas y responsabilidad.
No solo “clientes”, sino personas concretas con historias, deudas, miedos y proyectos.
Es una apuesta a que el culto vuelva a ordenar la cultura económica.
No culto en sentido estrecho religioso, sino qué consideramos sagrado:
La palabra dada,
La firma,
El dato transparente,
La defensa del más débil (propietarios estafados, inquilinos rehenes, barrios degradados).
Es un freno consciente a la lógica del hombre-mercancía.
En lugar de agentes descartables, se propone formar caballeros del territorio:
Profesionales que se miden por cómo cuidan a los otros, no solo por cuántas comisiones cobran.
Es una micro-reconstrucción de hispanidad a escala ciudad.
Si la hispanidad fue “el Verbo hecho pueblo”, Sinaí intenta que la verdad sobre el territorio se haga sistema:
Datos abiertos,
Exclusividades claras,
Reglas comunes,
Justicia territorial como objetivo, no como eslogan.
En un mercado dominado por el anglicanismo cultural (aunque nadie lo llame así) –sociedades anónimas, ingeniería financiera, “piratería legal” sobre propietarios desinformados–, Sinaí es un gesto profundamente hispánico: volver a poner la política (el orden de la ciudad) por encima del negocio inmediato.
Cuando Gullo dice que la tarea es “reconstruir la unidad perdida” no habla solo de banderas y mapas. Habla de instituciones nuevas que encarnen una cultura distinta.
En ese plano, MLS Sinaí Olavarría se parece más a:
Un pequeño laboratorio de hispanidad aplicada,
Un observatorio de transformación inmobiliaria y justicia territorial,
que a una inmobiliaria grande más.
Porque si:
Un culto crea una cultura,
Una cultura crea una política,
Y una política crea una economía,
entonces:
O dejamos que el culto dominante siga siendo el mercado-dios,
y tendremos más piratería con traje y Zoom;
O reconstruimos una comunidad que tenga claro a quién adora:
Al bien común del territorio,
A la verdad de los datos,
A la justicia con el débil,
A la belleza de una ciudad ordenada donde la gente pueda vivir y no solo sobrevivir.
Eso, traducido al lenguaje concreto de Olavarría, es muy simple:
O seguimos tolerando un mercado inmobiliario sin registros, sin MLS, sin ética común,
O nos tomamos en serio la batalla cultural que Gullo describe… y empezamos por casa.