

Por: Redacción Sinaí
Muchos no lo saben, pero Pablo nunca conoció a Jesús en vida. No fue parte de los 12. No estuvo en la cruz. No escuchó el Sermón del Monte.
Sin embargo, escribió más de la mitad del Nuevo Testamento y moldeó el cristianismo moderno más que el propio Cristo.
¿Cómo puede ser?
Pablo fue, al principio, un enemigo del movimiento de Jesús.
Perseguía, encarcelaba y hasta aprobaba la muerte de cristianos (Hechos 7:58).
Hasta que, según el relato bíblico, Jesús resucitado se le aparece en el camino a Damasco.
Se convierte. Cambia. Y comienza a predicar…
Pero no el mismo mensaje que Jesús predicó.
Jesús predicaba:
“El Reino de Dios está entre ustedes.”
“Ama, perdoná, obedecé, da fruto.”
“Serás juzgado por tus obras.”
Pablo introduce:
La salvación por la fe sola.
La justificación legal.
La gracia como doctrina.
La idea de que la Ley quedó abolida.
Muchos estudiosos lo dicen sin rodeos:
“Pablo convirtió a Jesús en un sistema teológico.”
Durante 300 años Roma mató cristianos en el Coliseo.
Pero el fuego crecía.
Entonces, en el año 313, el emperador Constantino legaliza el cristianismo.
Y en el 325, en el Concilio de Nicea, lo institucionaliza.
No usaron los evangelios… usaron las cartas de Pablo.
¿Por qué?
Porque eran perfectas para armar estructura, jerarquía, control.
Pablo hablaba de obispos, de orden, de obediencia.
Jesús hablaba de cruz, servicio, Reino invisible.
No. Fue un puente. Un hombre usado por Dios, pero humano.
El problema fue que la religión convirtió sus cartas en dogmas.
Y a Jesús en estatua.
Volvé al Cristo real.
Usá las cartas como ayuda, no como base.
Leé a Pablo con discernimiento, no con adoración.
En Sinaí no predicamos religión.
Levantamos el fuego original del Cristo vivo,
el que fue perseguido por religiones y gobiernos,
y que no fue domesticado por el Imperio.
“La Biblia fue compilada por el poder.
Pero la verdad nunca necesitó permiso para manifestarse.”