

Por: Redacción Sinaí
El presidente Javier Milei ha dicho que Argentina será el faro de Occidente, un laboratorio para el capitalismo del siglo XXI. Pero si no hay una arquitectura ética y funcional que sostenga esa libertad, lo que se exportará no será un modelo… sino un vacío.
Milei logró lo impensado: hacer que la palabra “libertad” despierte pasiones. Dinamitó décadas de relato estatista y puso en jaque el viejo orden. Pero como advertía Friedrich Hayek, la libertad sin normas compartidas se convierte en anarquía social.
Y como enseñó Juan Bautista Alberdi:
“Donde termina la ley, empieza la libertad.”
Pero esa libertad necesita coordenadas.
Es correcto dinamitar al Estado parasitario.
Pero ¿qué se construye en su lugar?
La revolución liberal no puede sobrevivir sólo de dinamita, slogans y mercado. Tiene que ofrecer orden sin coacción. Ética sin moralismo. Trazabilidad sin burocracia.
Y ese eslabón está ausente. Ni en el Estado, ni en muchos sectores que se autodefinen como libertarios.
Mientras celebramos reformas fiscales y monetarias, en la microeconomía real ocurre lo contrario:
Colegios profesionales defienden privilegios corporativos.
Algunos políticos piden libertad pero expulsan disidentes.
Muchos “liberales” repiten eslóganes pero bloquean modelos privados de orden y cooperación.
Caso concreto: el mercado inmobiliario argentino. Caótico, sin estadísticas confiables, con zonas grises legales y sin incentivo para colaborar. No se premia la eficiencia, ni la trazabilidad, ni la ética.
Y nadie en el poder parece tener interés en cambiarlo.
Muchos celebran la desregulación, pero ignoran el caos en los vínculos reales:
Vendedores, comerciantes, agentes, profesionales…
En vez de red colaborativa: aislamiento.
En vez de sinergia: competencia destructiva.
Como dijo Frédéric Bastiat:
“Donde entra el comercio, no entran los cañones.”
Pero eso solo ocurre cuando el comercio está ordenado por confianza y reglas compartidas.
De lo contrario, entran los cañones disfrazados de contratos dudosos, camarillas profesionales o alianzas hipócritas.
Lo que no se regula éticamente… se transforma en una guerra fría.
Nietzsche escribió:
“Quien con monstruos lucha debe tener cuidado de no convertirse en uno. Y si mirás largo al abismo, el abismo también te mira a vos.”
Muchos que juraron derribar la casta, hoy la imitan en métodos, formas y soberbia.
La revolución peligra no por enemigos externos, sino por falta de diseño interno.
Ya existen prototipos privados funcionales, nacidos sin subsidios ni cargos políticos.
Se sostienen en cuatro pilares:
Pactos éticos reales entre partes privadas.
Procesos voluntarios de cooperación.
Trazabilidad técnica sin intervención estatal.
Reglas nacidas de una cultura compartida, no de leyes impuestas.
Esto no es estatismo encubierto.
Es la única manera en que el liberalismo puede sobrevivir sin colapsar en caos tribal.
Como bien interpretó Hayek:
“El orden espontáneo no es ausencia de reglas. Es la construcción cultural de un sistema sin látigos.”
El mundo está mirando a la Argentina. Pero si lo que exportamos es un discurso sin esqueleto, una libertad sin responsabilidad, una revolución sin alma, nos copiarán… el colapso, no el éxito.
Esto no es una crítica destructiva. Es una advertencia constructiva.
La historia no premia revoluciones sin estructura.
Gritar "libertad" no alcanza. Hay que diseñarla, defenderla y sostenerla.
Ya existen semillas del nuevo orden.
El liderazgo real sabrá detectarlas.
Porque el modelo que falta… ya empezó.
Aunque todavía no tenga nombre.