

Por: Equipo Editorial de Sinaí Olavarría
En una Argentina acostumbrada a los relatos sin consecuencias, al cinismo decorado de ironía y al humor como anestesia social, Diego Recalde rompió el molde.
En lugar de filmar para escapar, filmó para volver. Para encontrar. Para escuchar.
Con su saga “Víctimas de Tangalanga” (2016-2021), Recalde hizo lo impensado: viajó por el país buscando a las personas reales que habían sido blanco de las bromas del mítico Dr. Tangalanga –aquel ícono del humor telefónico argentino.
Pero no lo hizo para seguir el chiste. Lo hizo para mostrar el otro lado: la incomodidad, la exposición forzada, las consecuencias invisibles del humor sin consentimiento.
En algunos casos pidió disculpas. En otros, abrió espacio para que las víctimas hablen. Y en todos, dejó algo claro: no todo lo que entretiene, construye. Y no todo lo que se oculta bajo la risa, es inocente.
La filmografía de Recalde no es una sucesión de títulos, sino una serie de interrogaciones éticas:
En El periodista (2012), expuso las tensiones entre verdad, poder y relato mediático.
En King Perón (2021), problematizó el mito, la memoria y la manipulación simbólica de una figura histórica.
En Habano y cigarrillos, exploró desde la ficción el desencanto, la rutina y la evasión emocional.
Pero es con Víctimas de Tangalanga donde su obra alcanza el corazón más humano: el del testimonio, la escucha, el cierre.
En Olavarría, provincia de Buenos Aires, otra historia se está escribiendo. Muy distinta en forma, pero sorprendentemente similar en espíritu.
Desde el MLS Sinaí, una red de agentes inmobiliarios con código de ética, colaboración y trazabilidad, se propone reparar el caos de un mercado que durante décadas dejó víctimas:
Propietarios mal informados.
Compradores desprotegidos.
Profesionales aislados.
Comisiones escondidas.
Operaciones frustradas.
El sistema inmobiliario tradicional, como el sistema del entretenimiento que Recalde expone, también genera víctimas que no gritan.
No están en las portadas. No hacen ruido. Pero existen. Y sus heridas son reales: económica, emocional, profesionalmente.
Así como Recalde recorrió el país con su cámara para dar voz, desde Sinaí estamos recorriendo barrios, ciudades y conversaciones, buscando también dar voz.
No por revancha. Por justicia. Por sanación. Por futuro.
Lo que hizo Recalde no fue solo cine: fue un modelo de redención narrativa. Y ese modelo puede replicarse –no copiando su estética, sino adoptando su filosofía:
Ir a buscar al que nadie quiere escuchar.
Reconstruir el relato desde el que fue dañado.
Mostrar que aún en sistemas aparentemente menores, hay consecuencias humanas profundas.
El mercado inmobiliario argentino está en crisis. Pero más allá de lo económico, su mayor crisis es de sentido, de propósito, de confianza.
Y ahí es donde el testimonio se vuelve una herramienta de cambio. Como lo entendió Recalde. Como se intenta en Sinaí.
El modelo de “documental de víctimas” que Recalde llevó al humor podría tener una versión en otro ámbito: el inmobiliario.
Una serie de relatos reales, grabados desde la humildad, donde propietarios, compradores y agentes relaten sus historias de desencuentro, y cómo una nueva forma de trabajar –basada en ética, transparencia y cooperación– les permitió recuperar algo más valioso que una propiedad: la confianza.
A veces, los caminos del cine y los caminos del mercado parecen lejanos. Pero cuando hay dolor sin resolver, heridas abiertas y voces silenciadas, todo se une en un mismo clamor: que alguien escuche, que alguien haga algo distinto.
Diego Recalde lo hizo con una cámara.
Nosotros, desde Sinaí, lo intentamos con una red.
La forma cambia.
El espíritu, no.