

Por: 🖋️ Observatorio Jurídico, Político y Social Sinaí
Por: Observatorio Jurídico, Político y Social Sinaí
“Cuando el derecho se convierte en instrumento de opresión, el pueblo tiene el deber de desenmascararlo.” — (Inspirado en Isaías, Salmos y Proverbios)
Argentina no está en decadencia por culpa del pueblo. Está podrida desde arriba: desde los tribunales, los colegios profesionales, y los pactos entre burócratas disfrazados de autoridades.
La verdadera causa del subdesarrollo argentino no es económica: es moral y judicial. La ley está deformada. Los jueces son inmunes al dolor humano. Los colegios que deberían cuidar el orden profesional, se convirtieron en mafias corporativas que atacan a quienes trabajan con ética, excelencia y resultados.
En esta ciudad se vive en carne viva lo que sufre el país entero:
Una menor en peligro por abandono familiar y omisión institucional.
Una abuela que pidió ayuda a todas las autoridades y recibió silencio.
Un sistema judicial que actuó tarde, por presión, no por convicción.
Profesionales independientes perseguidos por desafiar al poder con transparencia y resultados.
Una mujer, con décadas de trayectoria profesional, expulsada de un colegio por negarse a pactar con la mediocridad.
Y lo más triste: el resto de los colegas callan, aplauden o miran desde la tribuna.
El colegio profesional que debería velar por el orden del mercado inmobiliario dedica su energía a destruir a quienes lo enfrentan con trabajo, ética y visión. Amenazas veladas, denuncias sin sustento, campañas de desprestigio, expulsiones arbitrarias. Todo con la complicidad de funcionarios que cobran sueldos públicos para mirar hacia otro lado.
¿Quién protege al ciudadano que quiere trabajar bien? Nadie. El sistema fue diseñado para blindar a los mediocres y castigar a los que se destacan.
Hoy, destruir una familia, arruinar una reputación, poner en riesgo a un menor, no tiene consecuencias. Todo se puede justificar. Todo se puede archivar. Todo se puede demorar. La ley ya no protege al débil: protege al que sabe manipularla.
Y cuando la ley no distingue entre el justo y el perverso, el sistema ya no merece obediencia, sino reforma total.
Justicia descentralizada, con trazabilidad y control ciudadano.
Magistrados elegidos por mérito, transparencia y valores éticos.
Auditoría real y limitación de poder a colegios profesionales.
Fin de la impunidad de burócratas disfrazados de “autoridad moral”.
Muchos se escandalizan al oírla. Pero lo verdaderamente escandaloso es que los peores crímenes hoy no tienen castigo real.
La corrupción no es solo desorden: es una forma de asesinato lento, especialmente cuando se trata de menores abandonados, jueces indiferentes y funcionarios que dejan morir en vida a los inocentes.
El que trabaja con principios debe defenderse, mientras los que destruyen familias y encubren redes viven impunes.
No pedimos venganza. Pedimos que el mal deje de gobernar sin consecuencias. La pena de muerte simboliza eso: que hay límites que no pueden ser cruzados sin pagar un precio.
Esta ciudad no es una excepción: es un reflejo. Lo que ocurre acá ocurre en todo el país. Pero desde este lugar también está surgiendo algo distinto. Un movimiento que no responde a partidos ni a sindicatos: responde a la conciencia, la evidencia y la Palabra.
Porque la Argentina que viene no se construirá con discursos, sino con verdad.
Y la verdad es simple: sin justicia, no hay República. Sin orden, no hay libertad. Y sin temor a Dios, no hay Nación.