

Por: Observatorio Sinaí Olavarría
¿Construir una ciudad o sobrevivir a la burocracia?
Malí Vázquez —directora ejecutiva de la CEDU— lanzó una de las frases más demoledoras que un desarrollador puede escuchar: “Hoy tardás 10 años desde que empezás a construir hasta que escriturás”. No es una exageración: lo explicó con claridad, con dolor y con experiencia. Y detrás de esa frase no hay solo papeles, hay vidas postergadas, inversiones paralizadas, barrios detenidos y sueños de vivienda que se licúan entre excusas administrativas.
Argentina no tiene falta de suelo: tiene exceso de trabas.
Y no hablamos solo del Estado. Hablamos de los códigos que se modifican cada cuatro años, de las reglas de juego que cambian con cada gobierno, de las municipalidades que no tienen personal técnico y de los expedientes que envejecen sin moverse.
“No tenemos diálogo con un equipo de gobierno y ya hay que empezar de cero con el siguiente.”
Las palabras de Vázquez reflejan una verdad que ya nadie puede disimular: la inseguridad jurídica y administrativa es el mayor enemigo del desarrollo urbano. Y la falta de previsibilidad en los códigos urbanísticos vuelve imposible tasar un terreno, diseñar un proyecto o proyectar una inversión.
Conclusión obvia pero dolorosa:
Nadie en su sano juicio arriesgará capital en un sistema donde no se sabe qué se podrá construir mañana.
El costo de construcción aumentó casi un 100% en el último año y medio, pero el mercado no convalida ese salto. Los márgenes desaparecen, los desarrolladores frenan proyectos, y el que vendió en pozo en dólares durante el primer trimestre del gobierno de Milei, hoy está atrapado. El que puede, espera. El que no, reza.
Y en paralelo, los bancos siguen sin departamentos especializados en real estate, ni fondeo confiable, ni voluntad política clara para empujar créditos en pozo. Es decir: ni palanca financiera, ni planificación urbana, ni estímulo real a la producción de vivienda.
Malí viajó a China y España. Lo que vio le voló la cabeza: tecnología de punta, eficiencia en aprobaciones, inteligencia en diseño y alianzas público-privadas reales. Allá, el desarrollador se dedica a desarrollar. Acá, se convierte en equilibrista, mendigo de permisos, víctima del “te falta un papel”.
Y lo dijo claro: “No es momento de construir. Hay que cerrar como sea lo que ya se empezó.”
Triste, pero honesto.
Zona Sur: tiene potencial, pero sin voluntad política no despega.
Microcentro: muerto. Y no revivirá sin un plan de intervención colectiva.
Recoleta: no está muerta, pero sí pasada de moda.
Belgrano, Núñez y el corredor norte: siguen brillando gracias a la inercia privada.
La clave, según Malí, no es dar incentivos artificiales sino dejar hacer, facilitar, sacar el pie del cuello. Y en eso, el modelo de reglas claras y cooperación como el que impulsa Sinaí MLS se vuelve indispensable.
Malí cerró la entrevista con un mensaje simple pero profundo: “Seamos profesionales y hagamos ciudad con conciencia, sostenible y sustentable.”
Y es ahí donde los agentes, desarrolladores, arquitectos, inversores y gestores de suelo tienen que levantar la vara. No alcanza con vender metros cuadrados. Hay que recuperar el rol del hábitat, del urbanismo con sentido humano. De hacer ciudad, no solo ladrillos.
Lo que Malí Vázquez denuncia con tanta claridad no es un problema técnico: es un colapso estructural. Lo técnico se puede resolver. Lo político, lo ético, lo cultural... requiere una reforma integral.
Por eso el Sinaí MLS no es una marca. Es una estructura social profesional que busca precisamente esto: poner orden donde hay caos, reglas donde hay caprichos, colaboración donde hay aislamiento.
Un sistema donde los profesionales del desarrollo urbano puedan volver a hacer lo que vinieron a hacer: ciudad.